MIEDOS EVOLUTIVOS. ¿QUÉ ES EL MIEDO?
A menudo nos surgen momentos de incertidumbre y de necesidad por encontrar respuestas a determinadas actitudes y comportamientos de nuestros hijos e hijas. En ocasiones incluso, nos planteamos la opción de acudir a un profesional especializado ya que no tenemos claro la diferencia entre conductas normativas para su edad u otras que requieren atención especializada. El desarrollo evolutivo de nuestros hijos ha sido estudiado por numerosos autores tales como Piaget, Vigotsky, Freud o Erikson, representantes y pioneros de la psicología del desarrollo. Estos autores describen una serie de etapas evolutivas en la infancia durante las cuales se deben ir superando una serie de metas; aprender a hablar, a caminar, tipos de juegos, etc.
A día de hoy, existe entre nuestros niños y niñas una problemática acusada de miedos intensos, incontrolables y desproporcionados.
Para empezar, definimos el miedo como una de las principales emociones que experimenta el ser humano y cuya función es protegernos de aquellas situaciones donde aparece un peligro real o potencial. Por lo tanto, podemos hablar de que sentir miedo es una expresión útil en nuestras vidas. El problema empieza cuando, como hemos comentado, se manifiesta de una manera desproporcionada y empieza a afectarnos de manera repetida e intensa en situaciones cotidianas.
Cuando somos pequeños, experimentamos una serie de miedos evolutivos y comunes a nuestra edad; hasta el año, aproximadamente, el miedo se manifiesta ante los ruidos fuertes, la separación de las figuras con las que mantenemos un vínculo, los desconocidos, y el daño físico fundamentalmente. Conforme vamos creciendo se añaden otros miedos como los bichos, la oscuridad y las figuras extrañas. En la etapa de primaria comienzan los temores a seres malvados e imaginarios, personas que puedan hacerle daño a nuestros seres queridos, a la enfermedad y a personajes de terror. Posteriormente, se hacen visibles los miedos más de tipo social, como por ejemplo hacer el ridículo o la falta de aceptación.
Un ejemplo de miedo desproporcionado podría ser un niño cuyo temor a la oscuridad hace que tenga que dormir todas las noches con sus padres ya que de lo contrario, experimenta pérdidas de orina habituales.
La educación emocional es fundamental en estas situaciones; enseñar a nuestros hijos e hijas a identificar y a manejar sus emociones puede ser de gran ayuda para empezar a adquirir recursos. Ahora bien, en estos casos concretos en los que nuestros hijos e hijas empiezan a experimentar comportamientos de los que no encontramos explicación o herramientas adecuadas para ayudarlos, se recomienda consultar con un psicólogo especializado en esta población. Estos cambios pueden estar suponiendo un desajuste en el desarrollo psicológico del niño, un problema a la hora de enfrentarse a situaciones cotidianas o estar interfiriendo en áreas significativas de su vida (colegio, casa, amistades, etc.).